Película de 1950 dirigida por Billy Wilder y protagonizada por Gloria Swanson y William Holden.
Una clarísima obra maestra en general y uno de mis films favoritos en particular.
La película empieza con el asesinato de un guionista llamado Joe Gillis, quien cuenta la historia de cómo llegó a estar muerto. De este modo, con un difunto como narrador, Billy Wilder explica el viejo cuento de la reina (o diva, en este caso) destronada a partir de la espectacular Norma Desmond, una antigua estrella del cine mudo que quiere volver a ser admirada por todos.
Esta película es muchas cosas. Es una obra de referencia del cine estadounidense, eso es bien sabido, pero también lo es todo relacionado con Wilder. Tiene infinitas conexiones con su vida, tanto personal como profesional. Es también rebosante de metáforas, simbolismos, dualidades, guiños y juegos con la realidad y la ficción. Todo esto no daría el resultado que dio si Wilder no fuese como era, todo contradicción, como también lo fueron sus maestros Lubitsch y Stroheim.
También es el reflejo de una etapa del cine, aquella en que se pasó del cine mudo al cine sonoro y por ello se produjo un cambio de generación; la sustitución de un star system por otro, y así, viejas glorias como Norma vieron apagarse su propia luz sin más importancia que la de un ser humano cualquiera. Hay varias cosas que me fascinan de esta película. Una de ellas es que son las propias estrellas del cine mudo las que encarnan a los personajes de reyes destronados. De este modo, en un momento determinado, se puede ver, entre otros, a Buster Keaton jugando a las cartas, junto con otras viejas glorias, con su expresión de siempre, pero esta vez más triste que nunca (amo a Keaton, es por eso que el detalle me gusta tanto).
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